Cuando le digo a alguien que no creo en él, que no creo de él nada, ni una sola palabra, esa negativa mía es la expresión suprema de mi nula estima hacia él, de mi desprecio, insulto y ofensa. Finalmente, cuanto mayor es mi deseo de experimentar y conocer lo más íntimo y propio de una persona, a la que venero, estimo y quiero, tanto más me comprometo en el “yo creo en ti – yo te creo” y en este contexto entiendo que la autoridad no tiene nada que ver con la sumisión, sino con el consentimiento.
Sin razón, sin fe, la persona y su mundo específico permanecen cerrados e inaccesibles y rechazarla representa una merma de las posibilidades del conocimiento, más aún de su alcance existencial.
La fe en el tú acepta a la persona EN LA QUE CREO y A LA QUE CREO y al ser (la fe) una actividad propiamente personal, la fe encuentra en nosotros sus condiciones mismas de aparición.
Si prescindimos del papel que le reconocemos a Dios en la aparición de la fe este sería un proceso irrelevante para nosotros. Acoger la fe no significa renunciar a la búsqueda personal de la verdad.
LA FE QUE AMA QUIERE CONOCER MAS
La fe como acto personal, la fe bajo la forma de “yo creo en ti – yo te creo” implica ante todo: Te reconozco y te amo, vale decir: creemos porque amamos.
Reconozco la persona que se me abre y a la que yo me abandono creyendo y por la fe. Yo me fundamento y veo con los ojos de otro gracias a la comunicación.